Había en una ciudad un
rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos mayores, aunque hermosas y
bien proporcionadas, no resistían la comparación con la más joven, cuya
belleza sobrepasaba la elocuencia humana. Tanto es así que era adorada
como Venus humana no sólo por sus conciudadanos sino también por cuanto
forastero llegaba a la ciudad atraído por su fama.
Esta reputación se
extendió más allá de las islas y de las provincias próximas, y al poco tiempo
nadie navegaba a Pafos, ni a Gnido, ni siquiera a Citerea para contemplar a
la verdadera diosa Venus. Así sus sacrificios se fueron espaciando; sus
templos deteriorando; sus lechos sagrados, olvidando; su culto, descuidando;
y sus estatuas sin coronas y sus aras sin cenizas eran mancilladas. En
cambio, a la muchacha se dirigían plegarias, se la honraba a su paso con
flores, sueltas o en guirnaldas, por ella se juraba y en los banquetes se
brindaba por ella. Esta usurpación de las
horas divinas incendió el ánimo de Venus.
-"¡He aquí que a mí, la
madre de toda la naturaleza, el origen de los elementos, el alma del orbe
entero, una muchachita- rugía Venus desde el alto Olimpo agitando su cabellera-
me arrebata no sólo mis honores sino incluso mi nombre! En vano el pastor
aquel me señaló como la más bella de las diosas. Pero no ha de durar mucho
el gozo de esta usurpadora: yo haré que se arrepienta de su ilícita
belleza!"
Llamó a su hijo alado,
el que, travieso y de malas costumbres, se mete de noche con sus antorchas
y sus flechas por cualquier casa y no hace más que corromper matrimonios y
otras maldades semejantes. Apelando a su condición filial, lo incitó y
exhortó a que visitara a Psique –pues así se llamaba la muchacha-
y la enamorase del más feo, cruel y pésimo de los hombres, de modo que no
pudiera encontrar en todo el mundo a nadie comparable en desdichas con ella.
No hubo de insistir mucho, pues Cupido era de carácter demasiado procaz
como para no aceptar el encargo con entusiasmo.
Entre tanto Psique no
obtenía ningún beneficio de su belleza: todos la contemplaban, todos la
admiraban, todos la ensalzaban, pero nadie, ni rey, ni de estirpe regia, ni
siquiera de la plebe, la pedía en matrimonio. Ciertamente era admirado su
aspecto divino, pero como se admira una estatua artísticamente modelada.
En cambio, sus hermanas, cuya discreta belleza ninguna fama les había
reportado, se habían casado tiempo ha con pretendientes regios.
Sufriendo por esta
situación y temiendo que fuera su hija objeto de envidia o inquina por
parte de los dioses, su padre decidió consultar el oráculo que Apolo, como
fundador de la ciudad, tenía en Mileto. La respuesta del oráculo fue la
siguiente:
En la roca más alta del
monte, rey, coloca a tu hija
para una boda funeraria
vestida y adornada.
y no esperes un yerno de
estirpe mortal nacido,
sino cruel, malo como
una serpiente y fiero,
que a todos atormenta
volando por el cielo,
todo debilita a sangre y
fuego,
por quien tiembla el
propio Júpiter,
y las divinidades, y los
ríos, y las tinieblas Estigias.
El rey, nada más recibir
la respuesta, triste regresó a su reino y allí se entregó al llanto y al lamento
hasta que cayó en la cuenta de que nada ganaba demorando la cruel boda, y
ordenó iniciar sus preparativos. Se decoró todo con motivos funerarios, se
encendieron débiles antorchas ennegrecidas con ceniza, la flauta cambió su
tonada nupcial por el quejumbrosos modo lidio, y el alegre canto himeneo
acabó en un lúgubre aullido. Una vez todo dispuesto, comenzó el funeral
para un vivo: una lacrimosa Psique, acompañada por todo el pueblo, marchaba
no a su boda sino a su entierro en medio de la tristeza de sus padres. La
joven, ante tanto dolor, intentó animarlos:
-"¿Por qué atormentáis
vuestra vejez con llantos continuos? ¿Por qué fatigáis vuestro ánimo, y más
el mío, con tan numerosos lamentos? ¿Por qué maltratáis vuestras canas? ¿Por
qué golpeáis vuestros pechos? Todo ello será para vosotros el premio a mi
egregia hermosura. Por la letal plaga de la envidia os veis golpeados
ahora, demasiado tarde ya, pues os deberíais haber lamentado, y llorado, y
haber guardado luto como si me hubiera muerto cuando como a una nueva
Venus las gentes me adoraban. Ya me doy cuenta de que por el solo nombre
de Venus muero. Pero llevadme al monte, que tengo prisa por afrontar estas
felices nupcias y por conocer a mi marido."
Y animando el paso
llegaron al monte y a su cima. Entonces la dejaron sola, temblando de miedo
y llorando tan copiosamente que sus lágrimas apagaban las antorchas. De
repente, una suave brisa del Céfiro la arrebató y la llevó con toda suavidad a
un valle de césped florido donde apaciblemente se quedó dormida.
Cuando se despertó con
ánimo revitalizado, se encontraba en un bosque denso y vasto cerca de una
fuente de aguas muy cristalinas. No muy lejos, en un claro del bosque, divisó
un palacio de amplias dimensiones al que Psique, invitada por el deleite
del lugar, no dudó en acercarse y entrar.
Este palacio no parecía
obra humana sino de factura divina, pues sin duda había de ser refugio de
algún dios: los mosaicos de piedras preciosas formaban todo tipo de dibujos en
el pavimento; por todas partes brillaba el oro con tanto fulgor que allí
no era necesario el sol para iluminarlo: era suficiente luz el brillo de
las habitaciones, de los pórticos y de las mismas puertas. En fin, aunque
fuera obra de un dios o incluso del propio Júpiter, no por ello era menos
admirable.
Mas para Psique, en
tanto que contemplaba a su gusto todas las riquezas y bellos objetos de la
mansión, lo más sorprendente era no encontrar cadenas, cerraduras o vigilantes
que custodiasen tan gran tesoro. Absorta ante las ricas bellezas, de
repente oyó una voz que no provenía de cuerpo alguno:
-"¿Por qué, ama, te
asombras de estas riquezas? Todo esto es tuyo, igual que nosotras, las voces
que oyes, somos tus sirvientas y encargadas de proveerte de cuanto requieras.
Si gustas, puedes ahora descansar y tomar un baño."
Atendió Psique el
consejo de la voz incorpórea y se tendió en un lecho, y después se bañó. Así desapareció su
cansancio.
Cuando llegó la hora de
comer, se encontró con vino perfumado de néctar y copiosa comida que le
eran servidos no por sirviente alguno, sino que parecían venir impelidos por el
aire; tampoco se veían músicos ni cantores, mas en el aire sonaba música
de cítara y hermosos cantos. Terminada la comida, como cayera ya la noche,
se retiró a dormir.
Avanzada la noche, de
repente un ruido la despertó. Entonces empezó a temer por su virginidad
dada la soledad del lugar y la ignorancia del origen del ruido, mas era su
esposo que en la oscuridad venía a consumar el matrimonio. A la mañana siguiente,
cuando despertó, estaba sola en el lecho; su marido se había marchado
oculto todavía por la noche.
De este modo se sucedían
los días, y con el paso del tiempo se acostumbró a que su única compañía
durante la jornada fueran las voces sin cuerpo y a que su esposo sólo
apareciera de noche y por el día estuviera ausente, de modo que aún no
conocía ni su rostro.
Durante este tiempo los
padres de Psique envejecían entre el luto y la tristeza de haber enviado a
su hija a la muerte. Sus hermanas mayores, al propagarse su historia,
decidieron rápidamente acudir a la casa paterna.
Una noche el marido así
habló a Psique:
-"Psique, dulcísima y querida esposa, he de advertirte de
una grave amenaza: tus hermanas, pensando que has muerto, pronto se
acercarán a la roca donde te dejaron y te llamarán con grandes quejas y
lamentos. No las escuches ni atiendas sus ruegos, pues, si así lo
hicieras, ciertamente me causarías un gran dolor, mas para ti sería la más
completa perdición."
Psique así lo convino y
le prometió que obraría según le había aconsejado. Mas se pasó el día siguiente
llorando, lamentándose y sin probar bocado. Incluso por la noche, cuando
compartía lecho con su esposo, no podía dejar de llorar pensando en su
desdichada familia y en que se hallaba en una cárcel dorada donde con
nadie era factible conversar ni a nadie ver. Ante tal situación su cónyuge
creyó necesario repetirle su advertencia.
-"Psique, ¿qué es esto?
Ni de día ni de noche ni entre mis brazos dejas de atormentarte. Haz lo
que quieras, mas recuerda: sólo te acordarás de la seriedad de mis avisos
cuando comiences, demasiado tarde, a arrepentirte."
Entonces Psique comenzó
a rogar a su esposo con insistencia que le permitiera ver a sus hermanas
para mitigar su luto. Al fin consiguió no sólo permiso para verlas sino también
para poder enseñarles el palacio y regalarles oro y alhajas, no sin ser
advertida previamente de que no respondiera a pregunta alguna sobre su
aspecto físico ni cediera a la curiosidad sacrílega de querer ver su
rostro, pues tal acción supondría la ruptura del matrimonio. A todo esto
repuso Psique, ya con ánimo
dichoso, que cien veces moriría antes que poner en peligro su matrimonio
ya que era él el mejor de los maridos, preferible incluso al propio Cupido; así
que no debía preocuparse por ello.
Así, al día siguiente,
como oyera a sus hermanas lamentarse desde la roca, ordenó al Céfiro que
las recogiera y salió a esperarlas fuera del palacio.
-"Hermanas- les
dijo cuando las tuvo, aún lacrimosas por su luto y asombradas por el
viaje, ante su vista-, entrad dichosas en ésta que es vuestra casa y
reanimad vuestro ánimo decaído con vuestra Psique."
Y hablando así les abrió
las puertas del palacio y comenzó a mostrarles todas las riquezas que atesoraba.
Deslumbradas por todas las sorpresas, las hermanas no tardaron en
preguntarle por su marido. Psique, atenta a los consejos de su cónyuge, lo
describió vagamente como un joven al que apenas apuntaba la barba y les
dijo que andaba ocupado en cacerías y asuntos rústicos, pero temiendo más
preguntas les hizo escoger joyas y alhajas, y con varios pretextos consiguió
que rápidamente se marchasen.
Mas las hermanas, lejos
de quedar contentas por hallar a su hermana viva y en inmejorable situación,
fueron presas de la mayor de las envidias.
-"¡Qué cruel e injusta es
la Fortuna!– exclamó una en cuanto cruzó el umbral de su casa-. ¿Cómo es posible que a
nosotras, mayores por nacimiento, nos haya tocado tener maridos extranjeros
que nos tienen por esclavas y nos hacen vivir como exiliadas, y a la menor,
nacida cuando nuestra madre estaba ya harta de parir, corresponda un
dechado de belleza y tesoros?"
Pues ya has visto
cuántas gemas, alhajas y tesoros tiene y cómo es de hermoso el cónyuge
que tiene. Si no miente, sin duda no hay ni nunca habrá mujer más feliz en
todo el orbe. En cambio, yo he de soportar a un viejo calvo y más débil que un
niño, y obsesionado por cerrar todo bajo siete llaves.
-"Además, fíjate en que
la obedecen los vientos. Sin duda, su esposo ha de ser un dios. ¡Igual que
el mío, encorvado y tan enfermo que el único placer que de él recibo es la
caricia de sus dedos rasposos y torcidos, y aun a duras penas! Y ahí ves a
tu hermana perdiendo su belleza y lozanía y soportando con buen ánimo las
malolientes cataplasmas y remedios, que más parezco enfermera que esposa.
Mas lo que me duele es la jactancia y la desmesurada ostentación con la
que nos ha enseñado sus riquezas, el ridículo que nos ha hecho pasar.
Pero sé qué podemos hacer para evitar que nos considere sus esclavas en
lugar de sus hermanas mayores: nada diremos de esto a nadie, ni a nuestros
padres ni a sus paisanos. Pues no hay felicidad para un rico si se
desconoce su riqueza."
Acordado este plan,
escondieron los regalos y, para que todos pensaran que seguía desaparecida,
volvieron a tomar el luto: cabellos desordenados, lamentos constantes,
lloros continuos.
Esa noche de nuevo el
marido desconocido advirtió a Psique:
-"¿Aún no ves cuán gran
peligro te amenaza? Sólo si te mantienes callada lograrás evitar a la cruel
Fortuna. Pues tus hermanas, pérfidas como viles zorras, te están preparando
trampas, y la mayor de ellas es persuadirte de que veas mi rostro, cosa
que si haces, como ya te he avisado, supondrá no volver a verlo nunca más.
Así que, si vinieran –y sé que vendrán-, no digas ni oigas nada sobre mi
aspecto, pues si guardas silencio el niño que en tu vientre crece será
divino; si hablas, mortal nacerá."
Con la alegría de esta
noticia pasaban los días y los meses de feliz gestación, y al mismo ritmo la
belleza de Psique iba creciendo, hasta que una noche su esposo volvió a
referirse a sus hermanas.
-"Psique –le dijo con
tono admonitorio-, esas mujeres nefandas y criminales que osan llamarse
hermanas tuyas ya han preparado nuestra ruina. Mañana, dulcísima esposa, al
igual que las Sirenas, tus hermanas lanzarán sus voces funestas desde los
riscos del monte. No las escuches ni vayas a verlas, y líbranos a todos, a
mí, a ti y a nuestro retoño ya próximo de esta inminente calamidad."
-"Queridísimo y dulce
esposo –le respondió su mujer entre lágrimas-, ¿acaso no te he demostrado
ya mi reserva y mi parquedad en el hablar? ¿Acaso no me has indicado y sé
qué debo decir y qué callar? Sólo te pido que, ya que no puedo verte, me
sea lícito ver a mis hermanas. Y no temas por la firmeza de mi ánimo. Por
tu linda y perfumada cabellera, por tu amor, por el niño que llevo en mi
seno y que me mostrará en él tu belleza te suplico que me concedas ver y
hablar con mis hermanas, y te prometo que desde ahora ya no me preocuparé más
por ver tu rostro ni por estas tinieblas; tú serás mi luz en esta oscuridad."
Ablandado por estas
palabras y por las caricias y lágrimas que las acompañaban, su marido cedió
al fin a su petición y le otorgó su permiso. A la mañana siguiente, tal
como se lo había anunciado, aparecieron sus hermanas en el risco.
Psique les envió a
Céfiro y en un momento las tuvo en su presencia. Tras aliviar su
cansancio con un vaporoso baño, pasaron al salón y se acomodaron en un
riquísimo triclinio y, mientras saciaban su hambre con manjares delicados
y fiambres exquisitos, la música de flautas y cítaras acariciaba sus oídos
y relajaba sus ánimos. Entonces las hermanas comenzaron con su maquinación.
-"En verdad- dijo
aduladora una de las hermanas-, Psique, ya no pareces una muchacha sino una
verdadera madre. No sabes cuánta alegría va a proporcionar tu hijo a nuestra
familia. Además, si su padre es
tan hermoso como dices, sin duda va a nacer un niño más bello que el propio
Cupido."
-"Sí, porque de un joven tan
apuesto y de una mujer como tú, el fruto ha de ser superlativo"- continuó
la otra hermana.
-"Por cierto, ¿hoy
tampoco podremos verlo?"
-"¿Sigue de caza o está
con asuntos de tierras?"
-"¿De dónde nos habías
dicho que era?"
Ante tal acoso, a
Psique, fuera por el contento de ver a sus hermanas, fuera por la
atmósfera feliz del momento, fuera por zanjar el tema, se le ocurrió
comentar que su marido era un hombre ya de mediana edad, de pelo cano, con
grandes negocios y que se hallaba fuera de la provincia por unas
cuestiones de trabajo. Y en cuanto pudo se deshizo de ellas y las envió cargadas
de costosos presentes de vuelta a casa. Mas ellas, mientras Céfiro las llevaba
en volandas al monte, iban comentando con malignidad la visita.
-"¿Qué te parece,
hermana, este prodigio? –comentó la mayor-. Quien era ayer joven y sin barba,
hoy es maduro y ya peina canas. ¿Cómo se explica esta maravilla? Para mí que o
ésta nos engaña como una bellaca o no ha visto nunca a su marido. Y bien
cierto es que está casada, pues buena preñez lleva. ¡Imagínate si fuera un
hijo divino! Por de pronto, conviene que hagamos como la otra vez: no
digamos nada a nadie."
Su hermana asintió a
todo y entre ambas iban pensando cómo podían aprovechar estas circunstancias
para apoderarse de su riqueza y quitarle su felicidad, y así, inflamadas
de envidia, llegaron a su morada.
A la mañana siguiente ya
tenían un plan. Corrieron al risco del monte y al punto el viento las llevó
al palacio de Psique. Ésta, cuando se las encontró llorando unas lágrimas
forzadas y lamentándose falsamente, como era joven y de noble condición,
al punto creyó que algo grave ocurría.
-"¡Ay, hermana!
–comenzaron las dos mujeres más falaces y criminales del mundo-. ¡Ay
Psique, feliz e
ignorante de tan gran calamidad! ¡Ay, hermana!, te hallas en el más grave de
los peligros. Pues nosotras, que nos desvelamos por cuidar de ti y de tu
prole, hemos sabido que aquel con quien yaces y crees que es tu marido es
una serpiente grande y plena de veneno. En seguida hemos recordado que el
oráculo pitio profetizó que serías mujer de una cruel bestia. Sin duda ese
monstruo, que ha sido visto por labradores de la región y es buscado por
muchos cazadores, tiene la intención de devorarte a ti y a tu niño en
cuanto nazca. Es más, dicen que todas las regalías de las que ahora
disfrutas no tienen otro fin que engordarte y hacerte más opípara. Por eso
hemos venido. Ahora decide si te quedas con él y su deleitosa y peligrosa vida,
o si regresas con tus hermanas a la salvación; lo que hagas nos parecerá bien,
porque ya hemos cumplido con nuestro deber de hermanas avisándote."
La pobrecita Psique,
atontada y alterada por tan grave parlamento, cayó en el enredo que le habían
preparado sus hermanas y, desoyendo las advertencias de su marido,
replicó:
-"Hermanas queridas, que
con tanto desvelo cuidáis de mí, ni puedo dudar de la sinceridad de vuestras
palabras ni de lo que habéis escuchado de boca de los labriegos. Debéis tener
razón, y así se explica que nunca mi marido me haya permitido ver su
rostro ni saber detalle alguno de él, ni su origen ni nación. Es más,
siempre me dice que vendrán grandes males si intento verlo. Mas, ¿qué
puedo hacer yo? ¿Cómo podéis ayudarme?"
-"No te preocupes –
repuso una hermana-. Que nosotras, siempre temerosas de ti y de tu seguridad,
ya hemos pensado un plan para librarte de este monstruo. Esconde bajo la
cama una navaja de buena hoja y bien afilada, oculta en un extremo del
cuarto una lámpara bien llena de aceite y encendida de manera que su luz
no se vea, y esta noche, cuando la bestia llegue a tu cama y la sientas
resoplar con el sueño, levántate descalza, alza la lámpara y con la mayor
fuerza que puedas clávale en el cuello la navaja y córtale la cabeza; y no
pienses que te faltará nuestra ayuda. Una vez muerto, vendremos y te
ayudaremos a cargar con todas estas riquezas, y te buscaremos, siendo tú
humana, un marido humano."
Tras decir esto se
despidieron sus hermanas que, temiendo recibir algún mal por un consejo tan
taimado, regresaron precipitadamente con sus maridos.
Psique pasó toda la
jornada entre dudas y vacilaciones: aunque odiaba a la serpiente, seguía amando
a su marido, y tal lucha la fatigaba y la llevaba ora a desear su muerte, ora a
tachar de mendaces a sus hermanas; recordaba las advertencias del marido y
vacilaba; desconfiaba de él y quería apresurar su fin. Mas, mientras caía
la noche, decidió hacer caso de sus hermanas y lo aparejó todo tal como le
habían aconsejado. Así, cuando si marido dormía profundamente, descubrió
la lámpara y a duras penas ahogó un grito de sorpresa porque la luz le revelaba
el cuerpo de la fiera más dulce y agradable de todas: Cupido.
Una vez recuperada de la
sorpresa, Psique se acercó al cuerpo dormido y comenzó a recrearse en su
hermosura: sus cabellos de oro todavía estaban húmedos por la ambrosía;
sus mejillas rosadas y su piel blanca refulgían de puro inmaculado; de sus
hombros brotaban unas alas brillantes de rocío, quietas a pesar del leve
temblor de sus plumas. En fin, en todo era un cuerpo digno de haber sido
engendrado por Venus.
Delante del lecho halló
Psique el arco y el carcaj y las flechas. La joven, en su afán por mirar
y curiosear todo, cogió una de ellas y en un descuido se pinchó con su
aguzada punta. Entonces se enamoró locamente de Cupido, en su frenesí
inclinó sin querer la lámpara sobre el dormido de modo que cayeron unas
gotas de líquido ardiente sobre su hombro y se despertó. Cupido, al verse así
descubierto, emprendió el vuelo hablándole a la desdichada Psique que,
espantada por el desastre, yacía en el suelo:
-"Ahora en verdad,
simplicísima Psique, recuerdo las órdenes de mi madre: que te enamorara del
peor y más cruel de los hombres, sin embargo, cuando te vi, herido por mis
propias flechas, cometí el acto más irreflexivo e insensato, el error de
amarte. Y todo para que me desobedezcas y creas que soy una bestia digna
de muerte. Mas ahora todo lo que predije sufrirás y, aunque han sido esas
tan buenas consejeras tuyas quienes me han causado esta pena, sólo a ti
castigaré con mi huida."
Y sin añadir nada más
remontó el vuelo mientras Psique, aún postrada en el suelo, lo seguía con
la mirada llena de lamentos y lágrimas. Perdida ya su vista y con ella toda
esperanza, decidió arrojarse a un río cercano. Pero el río, conocedor del
poder de Cupido, no consintió su muerte y llevándola sobre sus ondas la
depositó en el césped florido de la ribera.
Entonces por casualidad
la vio el dios rústico Pan, que sentado allí cerca abrazaba a la montesa
Eco y la enseñaba a repetir todas las voces, en tanto que sus cabritillas
dispersas jugaban a desordenar la cabellera del río. Como no ignoraba lo
sucedido, la llamó y le dijo:
-"Graciosa jovencita,
aunque siempre haya habitado en la agreste floresta, mi edad provecta me
concede la sabiduría de la experiencia. Por ella sé que tu andar titubeante, tu
excesiva palidez, tu suspiro frecuente y tus ojos lastimeros hablan de
penas de amor. Préstame atención y deja de buscar la muerte; depón tu
tristeza y dirige las mayores preces y súplicas a Cupido, el más poderoso
de los dioses, y quizá te ganes de nuevo a ese joven delicado y lujurioso."
Sin más contestación que
el saludo, Psique emprendió un andar errático que por los bosques y sendas
la llevó sin saberlo a la ciudad donde residía su hermana mayor. Cuando supo
dónde estaba, pidió que la llevaran a la casa fraterna. Poco después se
encontraron entre abrazos y efusiones las dos hermanas, y Psique no tardó
en darle razón de sus desdichas:
-"¡Ay, hermana!
¿Recuerdas el consejo que me disteis? Pues cuando me disponía a matar con la
navaja de doble filo a quien parecía una bestia dispuesta a devorarme, me
encontré con que mi marido era el propio Cupido, el hijo de Venus en
persona. Mas, ¡ay!, embebida en el goce de su belleza en un descuido
aceite hirviendo de la lámpara cayó en su hombro y se despertó dolorido.
Entonces me dijo: “¡Ah, pérfida! Por esta fechoría vas a dejar de ser mi mujer,
y me casaré con tu hermana”. Y mencionó tu nombre. Así que, ya ves, me
expulsó y allí te está esperando."
No bien hubo acabado de
hablar cuando su hermana, inflamada por su loco deseo y su envidia,
pretextando noticias preocupantes sobre la salud de sus padres dejó a su
marido, llegó presurosa al risco donde solía recogerlas el Céfiro y sin
más dilación se lanzó al vacío mientras gritaba: “¡Recíbeme, Cupido, como
tu diga esposa, y tú, Céfiro, recoge a tu nueva señora!”. Pero quien la
recibió fue la muerte entre las peñas.
No tardó la venganza en
alcanzar a la segunda hermana, pues una vagabunda Psique llegó a la ciudad
donde moraba ésta. Allí, repetida la misma historia, tampoco se demoró la
hermana en buscar el funesto matrimonio y de igual modo se encontró la
muerte en el precipicio. Cumplida ya su venganza, Psique, recorriendo
pueblos y regiones, se dedicó a buscar a su amor. Mientras tanto Cupido
yacía doliéndose de su quemadura y gimiendo en la cama de su madre, sin
cuidarse de lanzar sus flechas de amor; y de esta guisa las gentes, animales y
la naturaleza toda languidecía carentes de pasión amorosa.
Entonces un ave que
suele volar sobre el mar y que recibe el nombre de gaviota informó a Venus del estado de su
hijo y de que todo el mundo se quejaba del abandono que sufrían tanto por
parte de Venus como de Cupido.
-"Sin duda mi hijo anda
en amores-replicó enfadada Venus-. Dime quién es su amiga, aunque sea una
de las Horas, o de las Musas, o incluso de las mismísimas Gracias."
-"No lo sé con
seguridad-replicó el ave-, pero creo que se llama Psique."
-"¡Pues claro que es esa
Psique, ésa que se creía igual a mí en belleza!-estalló Venus en grandes
voces coléricas-. Pero en verdad lo que más rabia me causa es haber sido
yo improvisada alcahueta, quien se la puso ante los ojos."
Dicho esto, rauda se
marchó al encuentro de su hijo. Cuando lo vio herido y sufriente, aun se acrecentó
su cólera y, pese a los esfuerzos de Juno y Ceres por calmarla, decidió hacer
pagar muy caro a Psique todo el daño causado.
Entre tanto, la joven
esposa día y noche vagaba por montes y llanos con el ánimo inquieto y dispuesta
a todo tipo de súplicas, sin cesar de preguntar por su marido. Así llegó a un
templo erigido en la cima de un abrupto monte. Al entrar se tropezó con
espigas de trigo trenzadas en guirnaldas y en montones, espigas de centeno
y hoces y otros útiles de siega tirados por el suelo, como arrojados tras
la faena. Con diligencia lo arregló todo conforme al rito, pensando que
ningún templo ni deidad debían ser descuidados por el piadoso.
La diosa Ceres, que la
vio tan hacendosa y mirada, se apiadó de ella y se le mostró en forma humana.
-"Psique
desdichada-dijo-, ¿sabes que Venus fuera de sí te está buscando, quiere para ti
el mayor de los tormentos y solicita sin cesar a todos los dioses venganza
contra ti mientras tú te cuidas de mi templo?"
Entonces la joven se
lanzó a sus pies llorando copiosamente y tocando con sus cabellos el suelo,
y le pidió con las súplicas más conmovedoras su ayuda. Pero Ceres, aunque
afectada en lo más íntimo por su dolor y sus preces, le contestó que no
podía ayudarla y que bastante hacía con no entregarla a su pariente Venus.
De este modo, con doble tristeza Psique abandonó el santuario y prosiguió
su errático caminar hasta que encontró un nuevo templo de exvotos y
ofrendas que mostraban el nombre de la diosa a quien estaban consagrados.
Entonces se acercó al
ara y arrodillándose se abrazó a ella.
-"¡Hermana y esposa del
gran Júpiter!-exclamó-, que presides las ilustres ciudades de los Argivos,
que recibes adoración de todo Oriente bajo el nombre de Zigia y de Occidente
bajo el de Lucina, sé para mí Juno Salvadora y libérame de todo peligro,
tú que de buen agrado acostumbras a socorrer a las mujeres encintas.
Así invocada, Juno al instante se le hizo visible con toda su majestad
divina, pero también le señaló la imposibilidad de su ayuda, pues tanto el
respeto hacia su nuera como las leyes, que prohibían poseer esclavos
prófugos sin consentimiento del dueño, lo vedaban.
Ante esta situación,
viéndose incapaz de encontrar a su marido alado e imposibilitada de recibir
ayuda divina, Psique perdió toda esperanza de salvación y decidió cambiar su
decisión. No intentaría escapar de
Venus; al contrario, decidió presentarse ante ella con la esperanza de que
este gesto pudiera mitigar en parte el odio de la diosa y suavizar su
castigo.
Mientras tanto Venus,
harta de buscar sin éxito a Psique, ordenó que para regresar al cielo le aparejasen
el carro refulgente de oro que su marido Vulcano con gran arte le había
fabricado como arras de matrimonio. Enjaezadas cuatro palomas
blanquísimas, remontó el vuelo el carro con su pasajera mientras multitud
de aves gorjeando y cantando felices formando un largo séquito la
escoltaban.
En cuanto la diosa llegó
al palacio de Júpiter, le pidió que Mercurio, como mensajero de los doses,
pregonase por todo el orbe el siguiente bando:
-“Si alguien capturase o
mostrase dónde está Psique, hija de rey y esclava de Venus, se presente
ante Mercurio, mensajero que esperará tras el templo de Venus Murcia y recibirá
de la diosa Venus siete besos suaves y uno de tornillo mucho más
dulce”.
Este anuncio pronto
llegó a oídos de Psique, quien se apresuró a presentarse ante el dios. El mensajero
divino la condujo a palacio pero, cuando ya se acercaba, fue apresada y a
rastras, aunque no se resistía, fue llevada ante Venus.
-"Al fin –le espetó nada
más verla Venus- te dignas conocer a tu suegra, aunque creo que realmente
lo haces por ver a tu amado. Pero no te preocupes, que te trataré como conviene
a una buena suegra."
Llamó a sus esclavas
Costumbre y Tristeza, y les ordenó que la golpeasen y maltratasen. Poco después,
cuando ya hartas de atormentarla se retiraron las esclavas, volvió a dirigirle
la palabra la diosa.
-"Si crees que el fruto
de tu vientre te va a salvar, estás muy equivocada. Pues has de saber que
en absoluto me gusta la idea de que me llamen abuela estando como estoy en la
flor de la juventud, y aún menos tener por nieto al hijo de una esclava,
al fruto de un matrimonio ilegítimo por haberse realizado entre personas
desiguales sin mi consentimiento ni el de su padre, sin testigos y en
medio del monte; por todo eso, si te permito parir, nacerá un bastardo."
Y mientras hablaba le rasgaba
los vestidos, le daba trompadas y le arrancaba el pelo a estirones.
-"Me parece –le dijo
cuando dejó de lastimarla- que eres una esclava tan poco agraciada que debes
de contentar a tus amantes por ser muy hacendosa. Ea, demuéstrame tu
diligencia."
Ordéname en montones
todos esos granos antes de la noche. Y la llevó ante un
montón confuso de lentejas, garbanzos, trigo, cebada, habas y adormidera.
Psique, medio muerta
tanto por los golpes como por la labor ímproba que la esperaba, no tenía fuerzas
ni para emprender la tarea, pero he aquí que una hormiga se apiadó de ella,
de modo que, regresando rauda al hormiguero, persuadió a todas sus
compañeras para realizar la labor impuesta. Así, al caer la noche, cuando
regresó Venus de un banquete con los dioses, se encontró con los granos
clasificados pulcramente en montones diversos, pero, lejos de contentarse,
la colmó de reproches, la acusó de no haber realizado sola la tarea y la
encerró en una celda tras darle un mendrugo para cenar.
Al día siguiente Venus
la llamó de nuevo y le señaló una nueva prueba.
-"¿Ves el bosque que llega
hasta aquel río de anchas orillas? Pues allí moran unas ovejas de lanas de oro.
Ve y tráeme un vellón de ellas."
Psique se puso en marcha
dispuesta no a cumplir la orden, sino a buscar la muerte en el río y con
ella la paz. Pero, cuando se encontraba en la orilla, un verde junco, sin duda
inspirado por algún dios le dijo:
-"Desdichada Psique,
experta en sufrir calamidades, no pretendas mancillar con tu muerte estas santas
aguas y atiende mi consejo, pues así lograrás tu propósito. Espera a la caída
de la tarde, cuando los animales, ya cansados buscan el sueño, y no te
acerques ahora a estas feroces ovejas, pues suelen atacar con su frente de
bronce, con su agudo cuerno, e incluso pueden matar con uno de sus
mordiscos envenenados."
Psique, conmovida por la
humanidad que mostraba la planta, así lo hizo. Más tarde, débil ya el sol,
se escondió tras un árbol y consiguió fácilmente cortar de una oveja un hermoso
vellón de oro.
Pero Venus no se dio por
vencida y, tras volver a increparla por haber recibido ayuda, le ordenó
que cogiera un pozalito de agua de una fuente que nutría la Laguna Estigia y el
infernal río Cocito.
Cuando llegó Psique ante
el monte donde nacía la fuente, se encontró con laderas lisas y riscos
imposibles de escalar, y con las aguas encajadas en un canal muy angosto y
vallado por grandes árboles. Además, unos ferocísimos dragones custodiaban
el agua. Hasta tal punto la situación era peligrosa e imposible que las
propias aguas advirtieron a la joven de los graves riesgos y le
aconsejaron huir de allí. Mientras Psique, quieta como una estatua, dudaba,
un águila, viéndola en situación tan apurada y recordando el gran servicio
que Cupido prestó a Júpiter con motivo de Ganimedes, decidió ayudarla. Así
que se presentó ante ella y volando sin peligro llenó el pozal para la
joven.
Pero de nuevo Venus, amenazándola
más que nunca, se mantuvo en sus trece y le ordenó una nueva tarea más:
que bajase al infierno con una bujeta para llenarla con un poco de hermosura
de Proserpina, pues, perdida parte de su belleza por las últimas desgracias,
la necesitaba para ir al teatro de los dioses.
Entonces Psique sintió
que su muerte era inminente, pues creía que sólo muerta se podía bajar al
reino de Plutón y decidió arrojarse desde una torre muy alta, pero, cuando se
disponía a saltar, la torre la interpeló así:
-"¿Qué locura vas a
cometer, desdichada? ¿Acaso crees que tu alma, separada del cuerpo, podrá
regresar de los infiernos? Escúchame y te explicaré cómo realizarás tu deseo.
Dirígete a una ciudad cercana, la muy noble Lacedemonia, y allí busca el
monte Ténaro, donde hay una puerta del infierno que con camino directo te
llevará al palacio de Orco. Has de entrar con dos monedas en la boca y en
cada mano un pastelillo de polenta. Cuando hayas avanzado un buen trecho,
te encontrarás un asno cojo cargado de leña y a una especie de mulero que te
pedirá unos palos que se le han caído, mas tú no digas nada ni pares, y
así llegarás ante el río de los muertos que controla Caronte. La avaricia
también reina en el infierno, y tanto Caronte como Plutón nada hacen
gratuitamente: si al barquero el muerto no paga el viaje, no cruza el río
y queda perpetuamente errante y sin descanso su alma. Por eso, aunque
alguien te pida dinero, no le respondas ni se lo des, ya que lo
necesitarás. Acércate al barquero, un viejo escuálido, y págale, mas hazlo
de manera que él coja el dinero de tu boca. Una vez cruzado el río,
hallarás unas ancianas tejedoras que te rogarán que toques la tela; sigue
tu camino sin atenderlas, ya que es una de las muchas trampas que te ha
tendido Venus, pues si pierdes alguno de los pastelillos que llevas en tus
manos te será imposible salir de los infiernos. Por último, ante las mismas
puertas del palacio de Proserpina un perro gigantesco, temible y de fauces
colosales está siempre vigilante. Ofrécele un pastelillo y podrás pasar.
Entonces te recibirá amablemente Proserpina y te invitará
a tomar asiento y opíparos manjares, mas tú siéntate en el suelo y prueba
sólo un trozo de pan. Completado tu encargo, dale al perro el otro pastelillo y
a Caronte la moneda
restante, deshaz el mismo camino por el que llegaste y lograrás volver a ver
la bóveda del cielo. Un último consejo me resta: no abras ni mires el contenido
de la bujeta.
Psique, tras escuchar
los consejos de la torre, abandonó su idea suicida y emprendió el camino a
los infiernos. Cumplió escrupulosamente las recomendaciones recibidas,
mas, cuando regresaba, su insana curiosidad pudo más que ella y abrió la
bujeta. Pero dentro no había hermosura, sino un sueño infernal en todo
semejante a la muerte que se extendió rápidamente por los miembros de la
joven y la hizo caer al suelo como muerta.
Entretanto Cupido, ya
restablecido de su herida y sin poder soportar por más tiempo la ausencia
de su amada, se había escapado de la habitación donde había sido recluido por
su madre y volando la buscaba. Cuando la vio, la socorrió y cerrando la
bujeta consiguió sacarla de su letargo mortal. De este modo se presentó
Psique ante Venus con la tarea cumplida.
Pero Cupido, deseoso de
que concluyeran tantas fatigas y tormentos para ambos, compareció ante
Júpiter y le suplicó que resolviera la situación. El padre de los dioses y
hombres accedió a ello y mediante su heraldo Mercurio convocó a los dioses
a una asamblea.
-"Dioses conscriptos-
comenzó una vez reunidos los dioses-, todos conocéis a Cupido. Pienso que
ha llegado la hora de refrenar sus ímpetus de juventud, pues es demasiado
grande su fama de corruptor y adúltero. Por ello, y porque ha elegido a
una doncella y la ha privado de su virginidad, he decidido que la tenga,
la posea y abrazado a Psique siempre goce de su amor. Y tú Venus – añadió
dirigiéndole la mirada-, no te entristezcas ni temas un matrimonio
desigual ni ilegítimo."
Dicho esto, ordenó a
Mercurio que trajera a su presencia a la joven. No se demoró el dios alado
y poco después Júpiter, mientras le acercaba una copa rebosante de ambrosía, le
dijo:
-"Toma eso, Psique, sé inmortal y no te separes nunca de tu querido
Cupido. Este será un matrimonio perpetuo."
Y sin más dilación se
celebró el banquete nupcial. Presidía Cupido con Psique sentada en su regazo;
a su lado estaban Júpiter y los restantes dioses por orden. Todos bebían y
brindaban por la feliz pareja, servidos por Baco, salvo Júpiter, atendido
por su joven copero. Vulcano se encargaba de cocinar, las Horas esparcían
por doquier rosas y flores de todo tipo, y las Gracias, perfumes. Las
Musas, con el acompañamiento de Apolo a la cítara y de Sátiro y Silvano a
la zampoña, cantaban mientras con su gran encanto bailaba Venus. De este
modo según el ceremonial Psique fue desposada por Cupido y pudo nacer a su
tiempo su hija, llamada Voluptuosidad.
“El Asno de Oro”. Gail, T. Masiá, J. Navarro, M. ed. Tilde. Valencia, 2002