"Los mitos son las almas de nuestras acciones y nuestros amores. No podemos amar más de lo que creemos". Paul Valéry

martes, 13 de agosto de 2013

MAN-PUPU-NYOR. LA COLINA DE LOS GIGANTES DE PIEDRA

Cuenta la leyenda que en los espesos bosques de los montes Urales, habitaba la poderosa tribu Mansi, cuyos hombres eran capaces de vencer a los osos y correr más rápido que los ciervos. Los Mansi vivían protegidos por los espíritus de la montaña sagrada Yalping Nyeri gracias al buen hacer del líder de la tribu, Kuuschay.

Kuuschay tenía dos hijos; su hija era esbelta como los pinos y poseía una voz tan dulce que hasta los venados abandonaban el valle de Ydzhid-Lyagi para escucharla.

Los rumores de la belleza de la hija de Kuuschay llegaron a oídos del gigante Torev, que se encontraba cazando con su familia cerca de las montañas Haraiz. El gigante no pudo reistir la tentación y decidió ir a comprobar con sus propios ojos si los rumores eran ciertos.

Tan embelesado quedó cuando vio el rostro de la joven que exigió su mano a Kuuschay. Pero el viejo líder se negó a entregar a su hija, y el gigante, enfurecido, llamó a sus hermanos para tomarla por la fuerza.

Los gigantes aprovecharon el momento en el que Pygrychum, el hijo del líder, había salido a las montañas a cazar junto con los guerreros de la tribu, y asediaron al pueblo de los Mansi. Éstos resistieron durante un día los envites de los titanes desde sus altas murallas de hielo. Bajo una nube de flechas, el jefe Kuuschay gritó desde la torre más alta:

"¡Oh, buenos espíritus, salvadnos de la muerte! ¡Qué Pygrychum vuelva a casa!


En ese mismo instante, entre truenos y relámpagos, bajó del cielo un espeso manto de nubes que cubrió toda la ciudad, protegiéndola del ataque de los gigantes. Sin embargo, esto no frenó al gigante Torev, que corriendo, aplastándolo todo y enarbolando una gigantesca maza llegó a la base de la fortaleza y descargó su maza contra la muralla de cristal, que se desmenuzó en mil pedazos. La oscuridad en aquel momento era total y el viento soplaba con fuerza haciendo volar los cristales, por lo que los gigantes decidieron esperar en la cresta de la montaña a que las nubes se disiparan y los primeros rayos del alba iluminaran los restos de la fortaleza para poder acabar con los que hubiesen sobrevivido. Los Mansi, por su parte, decidieron aprovechar la ventaja que les confería la oscuridad que les habían regalado los espíritus, para escapar y esconderse en las montañas cercanas.

Al amanecer, la niebla comenzó a disiparse y los gigantes estaban preparados para el nuevo asalto, pero cual fue su sorpresa cuando los primeros rayos de sol mostraron al joven Pygrychum encabezando a su ejército de guerreros. En el brazo del guerrero, refulgía un brillante escudo y en su mano enarbolaba una espada concedida por los espíritus para derrotar a los gigantes.

Alzando la espada al sol, de su punta surgió un haz de fuego que se dirigió directamente a los ojos de Torev, que enfurecido se corría junto a los demás gigantes contra Pygrychum y su ejército. Pero lentamente los movimientos de los gigantes se fueron ralentizando y el haz de luz se convirtió en una cúpula que cubría a los gigantes y al propio Pygrychum. Los guerreros Mansi contemplaban la escena preparados para actuar en cualquier momento cuando un crujido sonó en lo alto del monte. Entonces se apagó el haz de luz y se pudo comprobar como los gigantes se habían convertido en piedra, gracias al sacrificio de Pygrychum, pues también él se había convertido en piedra.

Desde ese día, en la remota taiga de los Urales, permanecen impasibles al paso del tiempo las figuras pétreas de los gigantes y el guerrero y en todas las montañas de los alrededores se pueden encontrar pequeños cristales de roca, restos de la fortaleza de los Mansi que Torev destruyo con su maza.

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